
Revista Latinoamericana de Ciencias Agrarias |
Vol. X, núm. X, pp. 121 – 136
130
es decir, legalidad, libertad, y derechos. En cambio, el fin sí justifica los medios en un Estado totalitario, porque
existen fines superiores que justifican cualquier medio disponible, ya que la acción se dirige a los fines
superiores establecidos en el código moral del grupo en el poder, por lo que se requiere lealtad y obediencia
ciega. Entonces, es deseable para el Estado democrático acercar la política a la sociedad y la sociedad a la
política (Camps, 1996), para blindarse ante un resurgimiento del régimen totalitario o una de las variantes no
democráticas, que se mantienen siempre latentes. En la medida en que la sociedad se ensanche en su
independencia e interacción, más democracia exigirá, el acecho de los regímenes totalitarios aparece cuando
la sociedad se ve atrapada por el gobierno, cuando lo gubernamental asfixia lo social, cuando cualquier actor
privado se apropia de lo público. Es necesaria la creatividad institucional de la democracia para diseñar los
incentivos que habiliten al gobierno a hacer lo que debe hacer y a impedirle que haga lo que no debe
(Przeworsky, 2003).
No obstante, en democracias con sociedades empobrecidas y desiguales, la batalla política se hace más
cínica en la obtención y acumulación de poder, donde el sistema botín es el mecanismo más eficiente para
mantenerse en el poder, ya sea para políticos, ciudadanos, sindicatos, empresarios, o militares (Burchardt,
2012). Sin embargo, esa lucha encarnizada por el poder por medio de la traición y la negación de valores debe
ser menguada por las instituciones y prácticas del Estado Democrático. En la medida que la sociedad
latinoamericana tenga mayores ingresos económicos y mayores años de escolaridad, la práctica democrática
relanzará los valores de la democracia, exigirá la buena reputación de los políticos y la responsabilidad de la
burocracia profesional (Villoria, 2007; Oszlak, 2009). El control del poder a la clase política latinoamericana
vendrá sólo de una sociedad más exigente, organizada y próspera. Considero que ese es el camino para romper
el patrón de dependencia histórico del sistema botín, ya que cualquier partido político e ideología en el poder,
toman el gobierno como botín porque la sociedad es débil. La misma sociedad busca ser parte de ese sistema
botín para obtener estatus e ingresos.
Una sociedad democrática independiente de la clase política exigirá a sus políticos y burócratas que
den lo mejor de sí mismos. Las cualidades de un político son: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura
(Weber, 1967, p.28). La pasión se refiere a que el trabajo del político debe ser la entrega apasionada a una
causa pública. La mesura se refiere a que la política se hace con la cabeza y no con el estómago, el político
debe distanciarse de las cosas triviales de la labor política como contener los impulsos de caer ante la seducción
de la adulación y de la vanidad que produce ésta. La ética o sentido de la responsabilidad del político es tener
en cuenta y estar dispuesto a asumir las consecuencias de la propia actuación (Weber, 1967).
En relación con las cualidades del burócrata “el funcionario se honra con su capacidad de ejecutar
precisa y concienzudamente como si respondiera a sus propias convicciones, sin esta negación de sí mismo y
esta disciplina ética en el más alto sentido de la palabra, se hundiría toda la máquina de la Administración”
(Weber, 1967, p.32). Cabe preguntarse, ¿esta disciplina burocrática no pone en peligro a la democracia ante la
posibilidad de obediencia ciega a un régimen totalitario? En el caso de la burocracia en el totalitarismo nazi
era “la fachada carente de poder que ocultaba y protegía al verdadero poder del partido” (Arendt, 2004, p.486).
Cada función de la burocracia estatal fue duplicada por una burocracia del partido. En este caso la burocracia
nazi no fue profesional legal-racional, sino patrimonialista. “La multiplicación de organismos destruye todo
sentido de responsabilidad y competencia,” por lo que la responsabilidad del burócrata debe estar clara y
obedecer a la legalidad (Arendt, 2004, p.501).