Revista Latinoamericana de Humanidades y Desarrollo Educativo | ISSN (en línea): 2955-8891
Vol. 3, núm. 2, pp. 57 - 70.
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primero como sinónimo de apropiación y subjetivación encerrada en sí misma. Por lo
tanto, el territorio puede relacionarse tanto con un espacio vivido como con un sistema de
identificaciones que funciona como base para que el sujeto se oriente en el mundo, en
proyectos y representaciones a través de comportamientos e inversiones en tiempos y en
espacios sociales, culturales, estéticos y cognitivos. Este sistema, a su vez, dependiendo de
los movimientos que resulten de los encuentros, puede desestructurarse y producir
sacudidas sísmicas en territorios ya frágiles, que tienden a ser infértiles de afecto y
ampliación de posibilidades de vida. Son territorios delimitados por estratos molares que
cristalizan los cuerpos en códigos socialmente jerárquicos en género, raza y clase, que deben
entenderse no como sistemas singulares de poder, sino precisamente en su intersección
(Collins, 2019).
A partir de esta comprensión del territorio, es posible considerarlo una agencia de
enunciación que localiza la producción de subjetividad que no se centra en el individuo,
sino que se formula constantemente en los encuentros vividos con el otro. De esta manera,
la subjetividad se fabrica esencialmente en el registro social, en encuentros de la alteridad
del sujeto con otras personas, con el espacio que habita, con diversas experiencias que lo
modifican y desplazan, produciendo efectos en su cuerpo y su forma de pensar (Guatarri,
1996). Este proceso de fabricación es aún más sofisticado con la participación de las
instituciones, el lenguaje, la ciencia, los medios de comunicación, el capital y otros
instrumentos que reproducen los procesos de subjetivación a los que están sometidas las
personas y que las ubican en la estructura social.
Morro da Queimada no tiene una delimitación exacta en términos geográficos, pero
constituye un territorio de ocupación en términos de identidad, ya que está formado y
habitado por personas que comparten experiencias, narrativas, afectos y resistencias (Leite,
1991). Por tanto, es un territorio artesanal, obra del trabajo manual de los propios vecinos
que se empeñan en ocupar parte de la ciudad que los oprime, construyendo, a través de
acciones colectivas, calles, casas y accesos. De esta manera, su concreción es el resultado de
interacciones sociales, estéticas y políticas, construidas y deconstruidas por relaciones de
poder que involucran actores que, para sobrevivir, territorializaron sus prácticas en el
espacio a lo largo del tiempo (Saquet, Silva, 2008). Así, el simple hecho de habitar este
territorio pasó a significar un acto de lucha, de guerra (Leite, 2000), todavía presente hoy
en los enfrentamientos diarios entre vecinos y agentes de seguridad pública.
Considerando que la subjetividad es resultado de la aprehensión parcial de
elementos en los que el sujeto está inserto, nos preguntamos: ¿cómo la violencia presente
en Morro da Queimada compone la maquinaria de producción de subjetividad que capta
los cuerpos que lo habitan?
Los peligros de territorios marcados por la omisión del Estado en materia de bienes
y derechos y, en consecuencia, marcados por la vulnerabilidad social, son impedimentos
para la potencia de existir de sus habitantes, que remite al concepto de sufrimiento ético-
político (Sawaia, 2001). El concepto es complejo y engloba factores que se superponen en