Trabajo y técnica frente a los intelectuales. Aproximación desde Jünger y
Heidegger
Work and Technique in front of intellectuals. Approach from Jünger and Heidegger
María Fernanda Hernández Atayde https://orcid.org/0000-0001-8758-6304
Universidad Nacional Autónoma de México, México
ma.fer97hndz.atayde@gmail.com
Recibido: 30/09/2022
Aceptado: 20/12/2022
Citación sugerida: Hernández Atayde, M. F. (2022). Trabajo y técnica frente a los intelectuales. Aproximación desde Jünger y Heidegger. Latin American Journal of Humanities and Educational Divergences. 1 (2), 1-23.
Resumen
El objetivo de este trabajo es la relación entre el trabajo y la técnica frente a los intelectuales. El principal marco teórico es la obra y pensamiento de Ernst Jünger, particularmente la constitución del ser humano a partir de las cuatro figuras que Jünger desentrañó a través del tiempo y de sus textos; así como Heidegger, particularmente su pregunta por la técnica, así como algunas referencias al propio Jünger. La principal pregunta que guía la investigación es ¿cuál es la relación entre trabajo y técnica frente a los intelectuales a partir de Jünger y Heidegger? Para lograr lo anterior se recurre a la hermenéutica como planteamiento metodológico.
Palabras clave: Jünger, Heidegger, trabajo, técnica, intelectuales
Abstract
The object of this work is the relationship between work and technique versus intellectuals. The main theoretical framework is the work and thought of Ernst Jünger, particularly the constitution of the human being from the four figures that Jünger unraveled through time and his texts; as well as Heidegger, particularly his question about technique, as well as some references to Jünger himself. The main question that guides the research is what is the relationship between work and technique in front of the intellectuals from Jünger and Heidegger? To achieve this hermeneutics is used as a methodological approach.
Keywords: Jünger, Heidegger, work, technique, intellectuals
Introducción
Se ha considerado la hermenéutica en esta investigación ya que se espera que aquí juegue un papel fundamental, puesto que proporciona interpretación y, por ende, múltiples explicaciones de acuerdo con el momento, individuo y fenómeno desde el que se presenta. De esta forma, la hermenéutica pedagógica proporciona “una teoría que explica el papel de la educación en la formación de las personas como seres humanos, y una metodología, porque indica el procedimiento para realizar una interpretación profunda de las prácticas culturales en la acción pedagógica” (Rebolledo, 2022), tanto metodología y teoría, pueden ayudar a producir currícula, como una disposición única que al interpretar permite huronear en diferentes y singulares realidades (Rebolledo, 2022).
Ahora bien, considerar a Ernst Jünger importante para esta discusión, probablemente proviene desde la misma esencia polifacética y multidisciplinaria del mismo Jünger, ya que su obra “no se deja encuadrar fácilmente ni como filosofía ni como literatura, sino que desafía precisamente ambos géneros para llevarlos más allá de sí. En ella se abre paso un pensamiento sobre el ser humano de nuestro tiempo: un pensamiento antropológico […]” (Rodríguez, 2013, p. 193). A su vez en la obra general de este autor existe una estructura filosófica que se encuentra encajada en sin fines de problemáticas que incluso en nuestro presente siguen vigentes, ya que atraviesa problemas tales como la integración económica de la técnica, el nihilismo, el trabajo, conflictos bio-éticos y ecológicos, la creación de diferentes modos de subjetivación, entre otros (Gallardo, 2015).
Es así como E. Jünger mantiene una importancia pedagógica, pues al escribir desde un yo, también le dio voz a un nosotros. Jünger logra en su obra brindar una oportunidad de ser subjetivos con cada uno de sus problemas planteados, consiguiendo así una interpretación donde no hay cabida para un sujeto particular, sino que existe un proceso de subjetivación de los planteamientos con el fin de que cada individuo en presencia de sus textos aspire a la humanización, es decir, aspire a dejar atrás la alienación y llegar así a aceptar el devenir puro, lo cual “solo es posible cuando se producen circunstancias que evidencian el proceder de las maneras de ser (y de vivir) derivadas de gradaciones que provienen de la forma básica de la realidad” (Pallarès et. al., 2018, p. 131), mostrando así un devenir-sujeto y no solamente un sujeto. “Las distintas situaciones relatadas en la hermenéutica Jüngeriana son otras tantas focalizaciones del mundo que nos interpelan directamente para que, a la postre, sea posible la configuración de nuestro propio yo, de nuestra autoconciencia como experiencia posterior, como respuesta” (Pallarès et. al., 2018, p. 133).
El devenir sujeto, fue contemplado por Jünger como un proceso de subjetivación que no da pie a lo inmutable, sino que, al contrario, conduce a un proyecto propio e individual de humanización (es decir, ir en busca de la autoconciencia y la libertad, en pro de hacer deseables ambas características con el ejemplo), lo cual puede ayudar a repensar nuestro papel como alumnos, compañeros, especialistas y seres humanos, para que, por medio de nuestra acción y el producto de ella, se logre una nueva forma de ser y de vivir.
Es de esta forma que el provecho de retomar a Jünger, radica en que sus textos no nos posicionan en un condicionamiento de la interpretación, sino que dan rienda suelta a la continuidad y sus intenciones se cuelan a toda era. Los temas que son descubiertos en su obra enlazan con reflexiones atemporales sobre situaciones básicas, liberando al lector al proporcionarle la posibilidad de pensar en varias direcciones, por esto
la hermenéutica, aplicada al legado de Jünger, es una propuesta pedagógica válida para la acción educativa de hoy, pues la utilidad de sus textos radica en su pretensión por analizar el mundo tanto en función de ciertas subversiones como a partir de la sabiduría de los antiguos. (Pallarès et. al., 2018, p. 134).
Trabajo
La lectura que representa Jünger no es necesariamente fácil, no está cerca de serlo, sin embargo, entre sus líneas se esconden reflexiones válidas e invaluables. Jünger, por su casi siglo de vida fue espectador y actor en las grandes guerras que han existido. De esta forma, por sus tantos años de vida y sus múltiples experiencias, sus reflexiones y por ende sus textos fueron evolucionando conforme a su longevidad. Reflexión tras reflexión fueron nutriéndose mutuamente hasta dejar un legado notable. Prueba de ello, son las cuatro figuras que Jünger desentrañó a través del tiempo y de sus textos. En primer lugar, fue mostrado el “soldado desconocido”, el cual fue el actor principal de la primera guerra mundial. Este soldado vivió la transición entre movilización parcial a la total, en un escenario sumamente violento, para él la técnica significó el medio de la movilización y la destrucción de las órdenes antiguas para darle paso a nuevas órdenes. El “soldado desconocido” representó una figura cargada de penuria encargado de darle paso a un nuevo mundo, el mundo del trabajador (Flores, 2006).
Por su parte, el “trabajador” representa la figura fundamental entre la primera y la segunda guerra mundial. Consecuencia de las guerras, la movilización total continuó dando frutos, los cuales recayeron más y más en el titanismo en el que se convirtieron los medios mecánicos. Aquí, el nuevo mundo parecerá un gran taller, destinado a producir sin un límite aparente. El “trabajador” representa aquí un guerrero anónimo (Flores, 2006).
El “emboscado”, por su parte, es una figura de posguerra. Los derechos del trabajador surgieron, pero la libertad y la soberanía aún escasean para ellos, trayendo así la necesidad de un lugar de libertad, la cual tiene que ser hallada por el emboscado. Por último, el “anarca” es la cumbre de estas figuras, pues éste ha logrado encontrar el lugar de la libertad, ha entrado y ha salido, pero trae la libertad dentro de sí mismo, puede recorrer los lugares más turbios sin ser mutado (Flores, 2006).
Todas estas figuras son esenciales: “el soldado desconocido”, “el trabajador”, “el anarca” y “el emboscado”, pues están íntimamente relacionadas, no obstante, claramente en la que aquí nos enfocaremos es en la figura del trabajador.
De acuerdo con la obra El trabajador de Jünger (1990), los primeros movimientos de los trabajadores han ocurrido hace tanto tiempo que sería difícil hacerles justicia aquí, sin embargo, se puede rescatar que las reivindicaciones de los trabajadores vinieron a la par de las reivindicaciones burguesas, es decir, desde el desarrollo industrial. Este, si bien trajo dicha desfiguración del trabajo, también fue el origen del derecho del trabajo, el cual poco a poco ha logrado regresar a la discusión el aspecto humano de éste, evitando que quede enmarañado como una simple transacción.
El trabajador logró presionar suficiente la costra que la burguesía ya había construido hasta fracturarla. No obstante, esta lucha dejó en el trabajador huellas pertenecientes a los burgueses, pues fueron ellos los que, al vencer, tomaron el lugar de un tercer estamento, sin embargo, por lo que son, simples huellas solo será cuestión de percibir que no son algo provechoso para poder expulsarla, ya que esto ha sucedido cíclicamente vez tras vez, estamento tras otro, al verse ensombrecido por los dominios posteriores, recorren “el marco del poder, mientras en la parte de abajo está despertándose y cobrando conciencia de sí una clase nueva” (Jünger, 1990, p. 24).
No obstante, la gran diferencia entre trabajador y burgués no radica entre lo nuevo y lo viejo, pues trasciende esta categoría, siendo su principal diferencia la de rango, ya que por un lado el trabajador conserva una conexión cercana con un poder elemental, mientras que el burgués nunca ha tenido ni una mínima referencia de este poder. El trabajador “está capacitado para poseer una libertad que es enteramente diferente de la libertad burguesa, y las reivindicaciones que el trabajador tiene preparadas son más amplias, mucho más significativas y mucho más temibles que las reivindicaciones propias de un estamento” (Jünger, 1990, pp. 25-26).
Ahora bien, “sociedad” ha sido una palabra que se ha deformado gracias a los intereses de la burguesía, su significado ha cedido a una negación del Estado como poder decisivo. Esta negación nace y se fortalece por la necesidad de seguridad, el intento de negar lo peligroso y mantener hermético el espacio vital a partir del desarrollo económico y social, así como también del cese de guerras masivas, lo cual desembocó en la industrialización, la urbanización y el progreso técnico y, por ende, en una vida material que pavonea falsamente estabilidad (Flores, 2006). Sin embargo, el peligro siempre logra colarse siendo su presencia inevitable. De aquí que el burgués trata de negar la relación entre la sociedad y lo elemental. Es así como la negación se lleva a cabo relegando lo elemental a lo erróneo, incluso provocando que éste signifique algo absurdo.
En este punto el reproche
decisivo es el reproche de tontería y de inmoralidad; y puesto que
la sociedad se define por los dos conceptos supremos de la razón y
la moral, semejante reproche constituye el medio de expulsar al
adversario fuera de la sociedad, es decir, fuera del espacio de la
humanidad […]. (Jünger, 1990, p. 26)
Al burgués le es imponente lo elemental, pues se sobrepone ante la esfera en el que conserva mayor fortaleza, una moral y racionalidad falsa. Le es imponente ya que es consciente de que, si en algún momento se le llegara a negar la fuerza por aquellos mismos que se la proporcionan, esa misma fuerza le superaría. Es por eso que, con virtud falsa, mantiene en equilibrio a los diferentes poderes, pues “el burgués repudia la responsabilidad, y eso es así porque él ve su libertad en la moralidad universal y no en un modo propio de ser, en una especificidad propia” (Jünger, 1990, p. 27), es decir, condena a aquellos que cometieron los actos que los llevaron al dominio por medio de la violencia. Esto es parte de la visión burguesa fundamental, así como también y como ya se mencionó, la sociedad deformada ante el Estado, donde la primera somete al segundo por medio de la idea de libertad burguesa, donde lo que se proponía ser resistencia, finalmente, y como si fuera natural, se convirtió en un estamento más.
Otra forma fundamental del pensamiento burgués, y que está estrechamente ligado al Estado es la persona singular, la cual representa a la masa en general y no a un ser humano en particular, ha sido un proyecto mediante el cual no solo se “nos aleja de los acercamientos a los devenires animales, vegetales o cósmicos, sino que implica una reducción del mundo” (Gallardo, 2015, p. 29). La “humanización total” fue el desplazamiento absoluto del individuo subjetivo convirtiéndolo en un ser sin excepciones que logra mantenerse con la capacidad de rendimiento necesaria.
A pesar de lo anterior, nada es irrevocable por lo que “el primer paso consiste en cesar de pensar y sentir dentro de esas formas; y el segundo, en cesar de actuar dentro de ellas” (Jünger, 1990, p. 29). Esto, claramente no ha sido ni será fácil, pues el burgués ha logrado que bajo sus tácticas el trabajador se convirtiera en perpetuidad de la vida burguesa. El trabajo les ha proporcionado durante años la visión burguesa de la vida y la posibilidad de que siga dominando. Pero no es de extrañarse, ya que no es menester burgués apartar lo que se le opone, sino por el contrario, procura absorberlo o en su defecto, eliminarlo. Es entonces que el trabajador ha representado un reflejo del estándar burgués, mediante el incesante patrón de amo y esclavo, mediante una copia exacta de una humanidad cuya utopía es la negación del Estado bajo las conveniencias burguesas, pues “los expertos en el arte de adivinar sentirán a la postre únicamente extrañeza ante el hecho de que se haya creído que podía quebrantarse el mundo burgués con aquellas demandas precisamente con las que ese mundo se corroboraba a sí mismo de la manera más inequívoca” (Jünger, 1990, p. 31).
El trabajador requiere dejar de apetecer lo que el burgués le enseñó a apetecer de acuerdo con sus beneficios propios. Que reconozca que no es un empleado, sino una fuerza potencial de un cambio de Estado favorecedor. Además de que es indispensable dejar atrás la engañosa idea de que el trabajo tiene como fundamento básico el económico y a su vez el de consumo, el cual ha nacido en el momento que los recursos pasaron de ser sustento y vida a ser objetos de consumo y por ende fuente de adquisición de capital.
El trabajador no tendrá la posibilidad de dominio, es decir, la superación de los espacios anárquicos por un orden nuevo, por medio de la figura del trabajador que reclame una validez planetaria (Jünger, 1990, p. 185), hasta que no exista reivindicación del trabajo y por ende de la libertad. No se trata como ya se dijo, de encasillar al trabajador como un nuevo estamento, o representante de una nueva economía, sino de percibirlo como un tipo de humano nuevo “porque el trabajador, o bien no es nada, o bien es más, a saber, el representante de una figura peculiar, de una figura que actúa según sus leyes propias, que sigue su vocación propia y que participa de una libertad especial” (Jünger, 1990, p. 69), ya que posee igual e incluso mayor valor que cualquier otro sujeto histórico, y requiere tomar el espacio de poder necesario para así lograr la reivindicación de la libertad, la cual solo “es posible únicamente en la medida en que aparece como reivindicación de trabajo. Esto significa que el grado de libertad de la persona singular es directamente proporcional al grado en que esa persona es un trabajador” (Jünger, 1990, p. 70). Será exactamente en el momento en que el humano se dé cuenta de que es portador de la libertad, cuando logre cambiar de manera radical sus circunstancias.
Ahora bien, el “proceso en el cual una figura nueva, la figura del trabajador encuentra su expresión en un tipo humano especial presentase, por lo que se refiere al adueñarse del mundo, como la salida a escena de un principio nuevo, al que debe calificarse de trabajo” (Jünger, 1990, p. 89), lo cual refiere a la figura nueva, es decir, la figura del trabajador, contiene un proceso donde encuentra su expresión como un humano especial, dicho proceso constituye adueñarse del mundo por medio de un principio, dicho principio es el trabajo, el cual determina las únicas formas posibles de confrontación, define la única organización en la cual es viable tener encuentros. El trabajo contiene todos los medios y métodos cuyo manejo superior reconoce como representantes del poder, todos aquellos que puedan admitir que el mundo se encuentra bajo un cambio radical, el cual conlleva su propio sentido y leyes únicas, serán capaces de comprender que es el trabajador el sujeto de dicho cambio y el representante del poder.
En este sentido, si se desean obtener verdaderos resultados, se requiere que se entienda al trabajador como un sujeto nuevo, sin prejuicios, con independencia; y al trabajo como un modo nuevo de vivir que tiene como objeto la superficie de la tierra, y que sólo en contacto con la multiplicidad de ella, cobra valor y adquiere una diferencia real.
Cuando se refiere al trabajo como una categoría nueva no significa que ese principio eleve la vida a un nivel más alto, sino a que sea un principio alterno, uno que no sea posible medirlo en categorías antiguas, es decir, no podrá estar relacionado fundamentalmente con el mundo económico, pues a pesar de que se le puede interpretar también en la economía no es un reflejo de ella.
De esta forma, el trabajo tampoco es una actividad meramente técnica, pues a pesar de que proporciona los medios necesarios, no son estos medios los determinantes, “la técnica es el instrumental, es la proyección de un modo especial de vida, para designar el cual es trabajo la expresión más sencilla” (Jünger, 1990, p. 90). El trabajo no es entonces actividad en general, sino que “es la expresión de un ser especial que intenta llenar su espacio propio, henchir su tiempo propio, cumplir sus leyes propias” (Jünger, 1990, p. 90). Por tanto, el espacio del trabajo es ilimitado, abarca el sinfín del tiempo, no encuentra en ningún lugar una antítesis como podría ser el descanso, pues no hay “ninguna situación que no sea concebida como trabajo” (Jünger, 1990, p. 91).
Es indispensable dejar atrás el viejo mundo, aquellas circunstancias burguesas, y por fin brindarle dominio a las fuerzas productivas por medio de un lenguaje que las entienda como una producción realista y efectiva. Si aún no se logra ver ese nuevo modo de vida es porque aún queda lejano, no obstante, en todo se pueden encontrar las sutilezas de lo que es necesario, es de esa forma que poniendo la suficiente atención comiencen a ser visibles, pues el tiempo es infinito, y aunque el juego se repita una y otra y otra vez, lo único que perdura y nos queda es lo elemental, no por nada Marx escribió sobre el trabajo que es una relación entre hombre y naturaleza, en la cual el primero transforma a la segunda para asimilar con mayor utilidad a su propia vida, sin embargo, en el proceso, dicha relación también transforma la propia naturaleza del hombre “desarrolla las potencias que dormitaban en ella y sujeta a su señorío el juego de fuerzas de la misma” (Marx, 2008). De esta forma surgimos, después de tempestuosas circunstancias y climas, de ahí es de donde nacimos, nos hemos inventado cada una de las fronteras que nos dividen. Es indispensable por último aquí aclarar que Jünger no busca enaltecer al obrero, a un estamento, Jünger lo que trata es de exponer un nuevo tipo de ser humano, uno que sea viable para perdurar.
Técnica
Como se ha mencionado, dos momentos históricos marcaron con fuerza a Jünger, los cuales fueron las dos grandes guerras mundiales. Las transformaciones que se suscitaron en ellas, mayormente en la segunda guerra mundial, fueron incontenibles y arrasadoras. Para nuestro pensador, una de las causas principales de tal devastación fue lo que denominó como “movilización total”, la cual también marcó un antes y un después en cuanto a la historia y la cultura. La razón de esto es que en ninguna otra guerra se había podido observar tal movilización de naciones, hombres, economía y recursos. Fueron sucesos sin precedentes que consumieron cantidades inimaginables, hasta el momento, de vidas y de energía (Flores, 2006).
Durante la guerra, los países involucrados, es decir, la mayoría, movilizaron millones de hombres, como si fueran máquinas productoras de ellos, y los mandaron al frente, mientras que los insumos materiales, de igual manera, fueron masivamente solicitados y gastados. “En los años últimos del conflicto, todas las actividades económicas de los países estaban relacionadas a la guerra” (Flores, 2006, p. 69). Gracias a ella, el movimiento dominó países, seres humanos y materiales, de tal forma que rebasó fronteras y eras. De esta forma, la movilización total, fue posible gracias al avance desmesurado de la técnica, y juntas, para Jünger, trajeron consigo el orden del trabajador (Flores, 2006).
Ahora bien, como en muchos otros conceptos y temas, sobre la técnica se ha especulado bastante, lo interesante, es que no se ha logrado establecer una definición clave que logre abarcar todo el espectro de ésta. Razón de ello es que a pesar de que el técnico ocupa un carácter especial en el trabajo, no está directamente relacionado con el carácter total del trabajo, por lo cual, la relación técnica-trabajo está llena de contradicciones (Jünger, 1990).
El problema por el cual no existe una conexión verdadera y efectiva con la técnica radica en que se le ha relacionado inmediatamente con el ser humano y no con la naturaleza, el mundo y la tierra misma. Tal cual y como lo escribe Jünger “el ser humano aparece aquí o bien como un aprendiz de brujo que conjura unas fuerzas a cuyos efectos no es capaz de hacer frente o bien como el creador de un progreso ininterrumpido que corre presuroso hacía unos paraísos artificiales” (Jünger, 1990, p. 147). Es por esto por lo que es conveniente identificar que la técnica, a pesar de estar relacionada al ser humano, está relación se da de forma mediata y no inmediata, pues la técnica es “el modo y manera en que la figura del trabajador moviliza el mundo” (Jünger, 1990, p. 148), y para que pueda funcionar, la técnica requiere ajustarse al trabajador, pero solo a él y no a ningún otro personaje, tales como el burgués. Es así como el ser humano se encuentra ligado de manera favorecedora con la técnica, sólo en la medida en que la técnica se piense como representante de la figura del trabajo, convirtiéndose así en el dominio del lenguaje vigente en el espacio del mismo (Jünger, 1990), de esta forma la máquina solo cumple un papel secundario, aunque fundamental si la pensamos como un objeto naturalmente técnico o técnicamente natural.
No obstante, en el espacio burgués, espacio que ha sido equívocamente prioritario, la idea de técnica ha sido totalmente desfigurada, significando así un órgano de progreso, de lo racional y lo virtuoso. “De ahí que la técnica se halle estrechamente ligada a las valoraciones propias del conocimiento, de la moral, del humanitarismo, de la economía y del confort” (Jünger, 1990, p. 153). En este caso da igual si un motor es utilizado para impulsar un tren o un tanque, y aunque no se puede negar que artilugios civilizadores se pueden ocupar en asuntos bélicos, el burgués siempre responde con excusas, lo hace de tal forma que sobre los procesos bélicos planta un manto de la ideología progresista. No obstante, “ha quedado en evidencia que el burgués es incapaz de emplear la técnica como un medio de poder ordenado a su propio existir” (Jünger, 1990, p. 154).
Es por esto por lo que el mejor armamento que se tiene es decidir llevar una vida de trabajador, así se podrá identificar energías verdaderas y efectivas. Por lo contrario, al acudir a los medios técnicos sin las pautas anteriores, el ser humano entrega parte de su libertad por su confort, pues tal vez “disponga de mayor comodidad el hombre que hace instalar en su casa la corriente eléctrica. Tal vez. Pero lo que sí es seguro es que dispone de una independencia menor que quien se alumbre con un candil” (Jünger, 1990, p. 157).
Al retomar el significado de técnica como lenguaje se logra esclarecer la contrariedad de su idoneidad indiscriminada para todo y todos, así como también para su carácter destructivo. Este carácter deviene del miedo al peligro, dada por la idea de la infinidad. Ante la infinitud, el ser humano logra concebir sus propias limitantes, con esa incertidumbre, el ser humano ha ideado el progreso, sin embargo, de lo que no se da cuenta es que él mismo “ha creado esa infinitud, es que ha sido él quien ha creado esa lancinante pregunta «¿qué es lo que viene luego?»; y tampoco ve que lo único que la presencia de ese hecho significa es su propia impotencia —su incapacidad de captar magnitudes pertenecientes” (Jünger, 1990, p. 160). Lo más grave, es confundir infinito con ilimitado, pues “ninguna evolución está en condiciones de sacar del ser más de lo que en él está contenido. Es el ser el que determina, antes bien, la índole de la evolución” (Jünger, 1990, p. 160). Es imposible subsistir guiados por la técnica, esta es la que debe ser guiada por el trabajo, ya que el pobre reconocimiento de lo ilimitado nos ha llevado a la destrucción del sustento de la vida.
Las consecuencias arrasadoras de la técnica no son sólo el ejemplo claro de que aún no alcanza una relación indudable de servicio, sin embargo, no es cuestión de preocuparse, sino de ocuparse, pues la fase de dominio es lo último que se alcanza, pues:
El significado de la técnica no se reduce a su carácter instrumental, como hacer posible la satisfacción de las necesidades humanas, sino que refleja el ocuparse de que el ser humano tiene por el ser de los entes. La técnica es una parte de la estructura existencial del ser humano y está basada en un Ser, ésta se manifiesta en nuestra experiencia al incorporar los útiles con un sentido definido y al permitir que la propia experiencia se especialice. (Jiménez, 2020, p. 62)
Una vez que se pueda vislumbrar dicha fase, se convertirán en legítimos medios de revolución. Por lo tanto, es fundamental tener claro que la técnica es la movilización del mundo por la figura del trabajador; y su primera fase es, necesariamente, de naturaleza destructiva. En lo que respecta a la tarea constructiva la figura del trabajador se hará presente como el arquitecto jefe, una vez que haya quedado clausurado ese proceso. Y, desde luego, entonces volverá a ser posible construir en estilo monumental. (Jünger, 1990, p. 176)
Sin importar que la fase última de dominio aún no se logra percibir, el esfuerzo que se requiere en el momento para poder llegar a alcanzarla es percibir cada fase no como el fin, sino el medio para llegar a él. Patricia Bernal de Alarcón recupera, de palabras de Heidegger dirigidas a Jünger respecto a la técnica, lo siguiente:
Para poseer una relación real con la técnica hay que ser más que técnicos. Ella es el símbolo de la forma del trabajo. La técnica se funda como movilización del mundo por la forma del trabajo, por el que su presencia se desarrolla en la representación de su poder. Por eso usted [Jünger] puede escribir: la técnica es… como destructora de toda fe en general, también el poder más decididamente anticristiano que ha aparecido hasta ahora. Si la técnica es la movilización del mundo por la forma del trabajador, acontece por la presencia acuñadora de esa especial voluntad de poder particularmente humana. (Bernal, 2007, p. 35)
Otro factor importante sobre el pensamiento de Heidegger hace referencia a la técnica como un desocultamiento. En una de las conferencias creadas por el canal de YouTube del Seminario de Filosofía de la Técnica de la Facultad de Filosofía y Letras, llamada Dispositivo entre Heidegger y Foucault (2022), el Doctor Alfredo Rocha rescata del pensamiento Heideggeriano la esencia de la técnica, la cual es planteada como como una forma de despliegue, como un modo de proceder y no como aquello que hace que algo sea lo que es. Heidegger al preguntarse por la técnica más allá de preguntarse por la esencia lo hace por su esencialidad, por el modo en que la técnica procede, es decir, desocultando.
De esta forma, al decir que la técnica al desocultar también se está haciendo referencia a que pone algo por delante, por mejor decir, efectúa para llegar a un fin. No obstante, todo lo que tiene efecto conlleva a una causa, siendo ésta la responsable de dicho efecto o, en otras palabras, se pondrá por delante, se traerá a presencia aquello de lo que se es responsable. Ahora bien, ese poner adelante significa traer del ocultamiento al desocultamiento, lo que tiene relación para Heidegger con concepto de alétheía, término originario de verdad. Valle describe esto de la siguiente manera:
La techné está enraizada con la alétheía griega, que puede significar “sin velo” o “develación”, es decir, el hacer y producir es una forma de verdad o develación. El medio para un fin y el hacer del hombre posibilitan eso que llamamos verdad. La técnica, como destino y provocación, producen verdad, digamos que toda técnica es veridicción. (Valle, 2020, p. 80)
De esta forma, técnica tiene una connotación diferente a la tradicional, la cual hace referencia al aparataje, aquel sistema de aparatos y sus relaciones, sin embargo, desde este punto de vista la técnica no conserva consecuencias en la existencia humana. Es por esto que la técnica tendrá que ver directamente con el ámbito de la verdad, ya que ésta, como desocultamiento de la naturaleza y las relaciones con el otro, es decir la poiesis, la remite directamente a ella. El Dr. Rocha deja a la vista cómo esta reflexión Heideggeriana da un paso adelante y nos permite reflexionar en torno al mundo de hoy. Nos conduce a pensar lo que significa ahora la técnica moderna, la cual es para Heidegger un mecanismo de exigencia de impulso y solicitud cuyo fruto es reservado para el uso. Esto es lo que se podría llamar pensamiento calculador.
Dicho pensamiento calculador se convierte en el fondo en un elemento anexo al proceder de la técnica. Desde aquí, como labor de la técnica, se le es exigido a la naturaleza y a la energía en ella, que se desoculte para ser transformada y recabada para su continuo uso. Para Heidegger es fundamental identificar la esencia de la técnica como una exigencia de desocultar y de reservar. De esta manera, lo fundamental no radica en el uso que se les asigna a los aparatos, sino la forma en que la técnica exige a todo lo existente desocultarse para su uso.
La esencia de la técnica es entonces denominada por Heidegger como Ge-Stell, que significa dispositivo universal de exposición de todo ente como una reserva. En este sentido se puede entonces comprender que dicho proceso de desocultar es a su vez un proceso de cálculo al igual que Ge-Stell, es decir, un entramado de disponibilidad y cálculo de lo disponible.
Ahora bien, dicho entramado de disponibilidad contiene un modo fundamental de exigencia a un nivel cultural, económico, político y social, al cual se le ha llamado sistema capitalista. Es importante comprender que este sistema también contiene un espíritu1, el cual se ha convertido en un capitalismo espiritual2 que a su vez a mutado a un espíritu de la existencia humana, esto quiere decir que el Ge-Stell se ha extendido y desplegado a todos los entes, incluyendo al mundo de la vida misma y ha convertido, por esa exigencia de calculabilidad, a toda la existencia humana en una especie de transacción permanente en pro de ganancia y consumo. Cada aspecto de nuestra vida, en lo macro y en lo micro, se ha subordinado a esta relación, volviéndose indispensable, como ya se ha mencionado, un modo diferente de vincularnos, un nuevo lenguaje para poder combatir aquello.
En este punto es importante retomar una pregunta ¿El trabajo es contrario a lo técnico? Si bien con un primer acercamiento la respuesta de esta pregunta puede ser ambigua, pues hemos repasado ya el pensamiento de Jünger, donde se ha planteado cómo máquina y hombre han mantenido una constante competencia desde que la movilización total se hizo presente, donde técnica, en el periodo de entre guerras, obtuvo un alcance devastador, así como un carácter dual entre destructivo y constructivo, siendo el carácter destructivo el que se sobrepuso con mayor fuerza a causa de una máscara de neutralidad. También no se ha de olvidar que técnica y trabajo están ineludiblemente ligados a la naturaleza y para mediar con las atribuciones destructivas de la técnica es necesario asumir y observar que más allá de ser contrarios trabajo y técnica se pertenecen, y aún pueden contener una profunda conexión con la naturaleza pues “la esencia de la técnica está inmersa en el significado que la naturaleza del hombre le otorga a todas las cosas” (Jiménez, 2020, p. 57).
Intelectuales
Escribir y reflexionar sobre a qué se refiere cuando se habla de intelectuales, así como con otros muchos conceptos tales como los aquí estudiados, es complicado debido a su evolución histórica. En este caso en particular, incluso se complejiza más esta reflexión debido a que éste es un concepto del que cultural y coloquialmente se habla sin terminar de comprenderlo.
Así como se puede notar más arriba, cuando trajimos a la reflexión qué es lo que aquí se entenderá por trabajo, se podrá observar que de igual forma al hacer la reflexión sobre lo que se entenderá por intelectuales su historia tiene mucho que ver en cómo se entiende este concepto. De acuerdo con Macías (2013), pensar sobre el significado de intelectuales a veces evoca pensar exactamente en lo opuesto al trabajo, algunos otros solo encuentran consenso al percibir a los intelectuales como aquellos que se encuentran en una situación privilegiada en cuanto a su formación académica, es decir, personas de un grupo de élite, mientras que otros incluso dudan de su real existencia. No obstante, la mayoría de los que han reflexionado sobre a quiénes se les denomina intelectuales, han llegado al acuerdo de que, aunque todas las sociedades han gozado de un grupo de personas aplicadas a generar y transmitir ideas valiosas para la sociedad, apenas el término intelectuales tendrá un siglo de existencia, pues en su tiempo fueron nombrados de distintas formas (sacerdotes, sabios, hombres de letras, filósofos, pensadores, etc.) (Macías, 2013).
De esta forma podemos darnos cuenta de que el origen del uso de la palabra intelectual, en su mayoría está dirigida a caracterizar a las personas que defendían su postura política con el uso de la palabra, por lo que estos ya no se definían por su profesión o su posición social, lo que deja claro que los intelectuales forzosamente carecen de neutralidad política. No obstante, por diferentes circunstancias, dicha característica queda opacada, tales han sido los casos en que Gramsci se refería a esto de la situación con las siguientes palabras:
[La cultura como saber enciclopédico] Sólo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. Sólo sirve para producir ese intelectualismo cansino e incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Rolland y que ha dado a luz una entera caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas. Pero eso no es cultura, sino pedantería [...]. (Gramsci, 2021)
Es con la crítica anterior que nos ayudamos a contrastar aquí los fenómenos en cuestión, pues, aunque años han pasado, la función del intelectual se ha quedado atascada como empleados de los grupos dominantes manifestando falsas prácticas tales como permanecer exclusivos a la élite, monopolizar el conocimiento y un escepticismo político llevándonos a seguir padeciendo la constante aparición de aquellos que aparentan ser contribuyentes del camino del pensamiento que busca acercarnos a la verdad, pero que en realidad se han dedicado a llenarse la boca de palabras campanuda, a adueñarse del mercado esparciendo sus pensamientos vanos, a regodearse como vacas sagradas de institución por seguir enseñando a apetecer lo que otros apetecen y a venderse por satisfacer.
Aún y con todo lo anterior, para Gramsci, el mayor error en el que se cae al pensar en el concepto de intelectuales es imaginar que su característica fundamental es totalmente contrapuesta al trabajo físico o manual. Pareciera que llegado al pensamiento lo elemental, es decir, el trabajo, es algo burdo e incluso absurdo de retomar.
Pero ¿por qué una tiene que estar obligadamente sobre otra? Aquí no se encuentra razón, pero esta confusión ha tomado impulso desde los años de las grandes guerras, aplicando a la práctica del trabajo una cualidad errada de pertenecer exclusivamente al mercado a causa de una deformación de la técnica. Jünger (1990), esclarece estas confusiones planteando que cada esfera requiere comprenderse no como la sombra de la otra, sino por sí mismas, dejando de lado las jerarquías para que ambas puedan expresarse con la singularidad y la riqueza de cada una, ya que no se trata de desprestigiar el trabajo, pero tampoco al intelectual pues “lo que importa no es depreciar el intelecto, lo que importa es someterlo” (Jünger, 1990, p. 187).
Reflexiones finales
Retomar el tema que aquí se trabaja de autores no necesariamente contemporáneos, tiene una importancia símil a cuando estas ideas comenzaron a tomar fuerza. Pues desde entonces hasta ahora son cuestiones que continúan surgiendo una y otra vez, convirtiéndose en interés común e igualmente válido. De esta forma, es importante analizar la jerarquía impuesta al trabajo, a la técnica y al pensamiento a través de la teoría de Jünger y de Heidegger.
La importancia de Jünger para este trabajo se planteó en su esencia polifacética y multidisciplinaria, la cual contribuyó a que su filosofía tuviera un alcance extenso en sinfines de problemáticas, tales que en nuestro presente siguen vigentes. Jünger logra en su obra brindar una oportunidad de ser subjetivos en cada uno de sus problemas planteados, consiguiendo así una interpretación donde no hay cabida para un sujeto particular, sino que existe un proceso de subjetivación de los planteamientos con el fin de que cada individuo en presencia de sus textos aspire a la humanización, es decir, aspire a dejar atrás la alienación y llegar así a aceptar el devenir puro. De esta forma, nuestro autor da rienda suelta al plantear reflexiones atemporales sobre situaciones básicas, liberando así al lector al proporcionarle la posibilidad de pensar en varias direcciones.
“Trabajo” fue considerado desde la perspectiva de Jünger desde el trabajador y el burgués, no necesariamente en una perspectiva de estamentos, ya que trasciende esta categoría, enfocándose así en la diferencia la de rango, pues por un lado el trabajador conserva una conexión cercana con un poder elemental, mientras que el burgués nunca ha tenido ni una mínima referencia de este poder.
No obstante, con la idea de una falsa seguridad por medio del desarrollo económico y social, el cese de guerras masivas, la industrialización, la urbanización y el progreso técnico, la burguesía logró jactarse del poder. De esto que el burgués trata de negar la relación entre la sociedad y lo elemental. Es así que la negación se lleva a cabo relegando lo elemental a lo erróneo, incluso provocando que éste signifique algo absurdo, logrado por medio de la “humanización total”, desplazamiento absoluto del individuo subjetivo convirtiéndolo en un ser sin excepciones que logra mantenerse con la capacidad de rendimiento necesario.
Afortunadamente, nada es irrevocable, por lo tanto, el trabajador requiere dejar de apetecer lo que el burgués le enseñó a apetecer de acuerdo con sus beneficios propios. Que reconozca que no es un empleado, sino una fuerza potencial de un cambio de Estado favorecedor. Además de que es indispensable dejar atrás la engañosa idea de que el trabajo tiene como fundamento básico el económico y a su vez el de consumo, el cual ha nacido en el momento que los recursos pasaron de ser sustento y vida a ser objetos de consumo y por ende fuente de adquisición de capital.
En este sentido, si se desean obtener verdaderos resultados, se requiere que se entienda al trabajador como un sujeto nuevo, sin prejuicios, con independencia; y al trabajo como un modo nuevo de vivir que tiene como objeto la superficie de la tierra, y que sólo en contacto con la multiplicidad de ella, cobra valor y adquiere una diferencia real. Se requiere que el ser humano se dé cuenta que es portador de la libertad, para así lograr cambiar de manera radical sus circunstancias. El trabajo no es entonces actividad en general, sino que es la manifestación de un ser especial que se encuentra en búsqueda de llenar su espacio, su tiempo propio y consumar sus leyes.
Sobre la técnica, por su parte, se ha contemplado aquí que el problema por el cual no existe una conexión verdadera y efectiva con ella, radica en que se le ha relacionado inmediatamente con el ser humano y no con la naturaleza del mundo mismo, con la tierra, digamos con propia naturaleza, es decir, su relación es mediata y no inmediata, pues la técnica es “el modo y manera en que la figura del trabajador moviliza el mundo”, y para que pueda funcionar, la técnica requiere ajustarse al trabajador y no al contrario.
Entonces, la técnica como lenguaje logra dejar atrás la falsa atribución de idoneidad indiscriminada para todo y todos, establecida por la idea desfigurada del burgués como un órgano de progreso, el cual ha confundido lo infinito con lo ilimitado. Por medio de esta perspectiva de la técnica es imposible subsistir pues ante el miedo de infinitud y el pobre reconocimiento de lo ilimitado, hemos arrasado con el sustento de la vida.
Al respecto, retomemos la idea de Heidegger sobre la técnica como un desocultamiento. La técnica, específicamente, la esencia de la técnica es aquí una forma de despliegue, lo cual quiere decir que efectúa para llegar a un fin. Pensar así la técnica desde el mundo de hoy, nos permite percibirla como mecanismo de exigencia de impulso y solicitud cuyo fruto es reservado para el uso, lo cual proviene de un pensamiento calculador.
De esta forma, la esencia de la técnica, denominada por Heidegger como Ge-Stell, que significa dispositivo universal de exposición de todo ente como una reserva. En este sentido se puede entonces comprender que dicho proceso de desocultar es a su vez un proceso de cálculo al igual que Ge-Stell, es decir, un entramado de disponibilidad y cálculo de lo disponible. Dicho entramado de disponibilidad contiene un modo fundamental de exigencia a un nivel cultural, económico, político y social, al cual se le ha llamado sistema capitalista. De este sistema, se dirá lo fundamental, pues es fundamental recordarlo cada vez que se requiera, este sistema se ha extendido y desplegado a todos los entes, incluyendo al mundo de la vida misma y ha convertido, por esa exigencia de calculabilidad, a toda la existencia humana en una especie de transacción permanente en pro de ganancia y consumo. Por ello “la técnica sin fines no es nada. Cuando reducimos la técnica a un medio, destacándola como causa de resultados nos perdemos en el mundo del producto y su relación con el medio, alejándonos de la finalidad y sobre todo del proceso de reflexión de la tarea” (Jiménez 2020, p. 58).
Ahora bien, después de la revisión anterior fue que se llegó de manera breve al concepto de intelectuales. De este se consideró que en ocasiones es recuperado como un término que se contrapone con el de trabajo, pues en su mayoría estuvo dirigido a caracterizar a las personas que defienden su postura política con el uso de la palabra. Así, la función del intelectual se ha quedado atascada como subalterno de los grupos dominantes manifestando falsas prácticas tales como permanecer exclusivos a la élite, monopolizar el conocimiento y un escepticismo político. No obstante, pudimos inferir que, superadas dichas características del trabajador y el intelectual, se puede alcanzar una comprensión que les deje expresarse con la singularidad y la riqueza de cada uno.
Contribución de autoría
María Fernanda Hernández Atayde fue la única autora.
Fuente de financiamiento:
Autofinanciado
Potenciales conflictos de interés:
Ninguno
Referencias
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1 Cuando Rocha (2022) hace referencia a este término se refiere a la realización de la esencia de la técnica como Téchne, es decir, como un cálculo que se universaliza a tal nivel que se encarna dicha concepción calculadora en la existencia humana.
2 Rocha (2022) explica al capitalismo espiritual como ver al otro únicamente como ganancia espiritual (felicidad, tranquilidad, etc.) y no como un ser con inter-consensos continuos.