La rebelión de los objetos técnicos y el simulacro
The rebellion of technical objects and the simulacrum
Nelson Guzmán https://orcid.org/0000-0003-3052-0915
Universidad Autónoma de Zacatecas, México
nelsongr7@hotmail.com
Recibido: 10/11/2022
Aceptado: 20/12/2022
Citación sugerida: Guzmán, N. (2022). La rebelión de los objetos técnicos y el simulacro. Latin American Journal of Humanities and Educational Divergences. 1 (2),1-21.
Resumen
En este artículo se tiene como objetivo realizar un análisis de la relación del hombre con los objetos técnicos y el simulacro desde el concepto de simulación del filósofo francés Jean Baudrillard, la obra La guerra de los mundos del escritor británico H.G Wells y finalmente la apreciación del filósofo Gilbert Simondon sobre la técnica. Para ello en un primer apartado, retomaremos la relación del ser humano con los objetos técnicos partiendo del carácter utilitario de la máquina y la relación de subordinación que esta mantiene con el sujeto, tomando como ejemplo la novela de ciencia ficción de Wells para mirar la adaptación del cuerpo al uso de las propias creaciones humanas. En el segundo apartado se plantea la relación de la técnica con la identidad humana a través del diagnóstico que hace Baudrillard sobre las sociedades del siglo XX en las que la virtualidad se vuelve más real que lo real. Por último, en el tercer apartado se recuperan las ideas de Simondon respecto a la relación entre técnica y cultura para buscar el replanteamiento de la dignidad de los objetos técnicos para el hombre, mostrando así el lado humano de la técnica.
Palabras clave: Simulacro, objetos técnicos, prótesis, Simondon, Baudrillard.
Abstract:
The objective of this article is to carry out an analysis of the relationship of man with technical objects and simulation from the concept of simulation of the French philosopher Jean Baudrillard, the work The War of the Worlds of the British writer H.G Wells and finally the appreciation of the philosopher Gilbert Simondon on technique. To do this, in the first section, we will return to the relationship of the human being with technical objects based on the utilitarian nature of the machine and the relationship of subordination that it maintains with the subject, taking Wells's science fiction novel as an example to look at the adaptation from the body to the use of human creations themselves. In the second section, the relationship between technique and human identity is considered through Baudrillard's diagnosis of 20th century societies in which virtuality becomes more real than reality. Finally, in the third section, Simondon's ideas regarding the relationship between technique and culture are recovered in order to seek a reconsideration of the dignity of technical objects for man, thus showing the human side of technique.
Keywords: Simulacrum, technical objects, prosthesis, Simondon, Baudrillard.
Introducción
Individuo humano y el utensilio como prótesis
En el libro dos de La guerra de los mundos, H. G. Wells se detiene a describir la fisiología de los alienígenas provenientes de Marte, que habrían atravesado los ciento dos millones de kilómetros que separaban su planeta del nuestro en grandes cilindros disparados como proyectiles contra él. La extraordinaria constitución morfológica que imagina de los marcianos, le da la ocasión de múltiples e interesantes reflexiones sobre su evolución, particularmente en torno a la relación del cuerpo con la máquina que tiene lugar en ella y que por extensión se aplica también a la de los hombres (Wells, 1973, p.p.117-126).
Lo primero que cabe destacar es que el cuerpo de los marcianos ha evolucionado con el fin de dar prioridad exclusivamente a las funciones intelectuales del cuerpo, es decir, al desarrollo del cerebro, en detrimento de las funciones más primitivas y materiales, como las que se refieren a la digestión o a la reproducción. Esto se observa en el hecho de que el cuerpo de los marcianos carece de metabolismo e incorpora los nutrientes que permiten la nutrición, a través de la succión directa de la sangre de los animales de los que se alimentan, a los cuales, por su parte, describe con características antropomorfas como el bipedismo, la estatura y la constitución anatómica. Que estos "animales" traídos por los marcianos y destinados a su consumo, sean semejantes a los humanos, confiere a los invasores cualidades siniestras; en primer lugar, porque advierte la ominosa finalidad de su llegada, consistente en domesticar a la especie humana para alimentarse de ella; pero también sugiere que los conquistadores y los animales que traen consigo habrían pertenecido a una misma cadena evolutiva de la que se habrían separado en algún punto de su evolución, pues el narrador sugiere que los marcianos habrían sido semejantes a los humanos en algún momento de ella, como también lo serían los seres de los que se alimentan, por su mayor similitud con los humanos. Por lo que sugiere un cierto canibalismo en la base de la diferenciación entre especies de origen común. Pero más allá de esta perturbadora manera de alimentarse, lo que es de interés señalar aquí es que la función metabólica, que podemos considerar como una de las funciones corporales primitivas de los organismos, está reducida a su mínima expresión, pues se limita a la absorción directa de la sangre.
Por otra parte, la reproducción de estos seres les confiere un carácter completamente distinto al de la reproducción o la evolución que se ha desarrollado en la tierra, pues se trata de una reproducción asexual, consistente en un mecanismo de partogénesis semejante a la reproducción de los organismos unicelulares de la Tierra: a los marcianos solo les aparecen protuberancias a partir de las cuales se gestan individuos sin necesidad de la unión de gametos, lo que a su vez reduce también al mínimo el proceso de reproducción.
Con la ausencia de funciones metabólicas y reproductivas en los organismos, Wells parece reafirmar que la evolución de los marcianos les ha permitido a sus cuerpos prescindir de las funciones fisiológicas que podríamos considerar con mayor grado de materialidad, quedando reducidos tan sólo al cumplimiento de las funciones cerebrales, de las cuales destacarán los aspectos cognitivos, pues también se ha dado en ellos una reducción de las capacidades emocionales, que Wells asocia con el cuerpo “Sin el cuerpo es natural que el cerebro se convirtiera en una inteligencia más egoísta y carente del sustrato emocional de los seres humanos” (Wells, 1973, p. 124).
Despojados prácticamente de corporalidad, las funciones mecánicas también han desaparecido del cuerpo de los marcianos, cuyas extremidades son apenas tentáculos débiles. En su lugar, los marcianos emplean máquinas o trajes qué ocupan el lugar motriz del cuerpo y que sin duda es lo que les confiere un poder y una fuerza mucho mayor a la de cualquier organismo animal. La descripción de Wells hace de la máquina un sucedáneo del cuerpo. La potencia de sus cuerpos revestidos de máquinas que cumplen sus funciones motrices es proporcional a la desaparición de los órganos que cumplen funciones materiales. Su lugar ha sido ocupado por artefactos que, por una parte incrementan sus capacidades, pero también son órganos que desplazan y ocupan el lugar de los cuerpos a los que sirven. Son prótesis que superan los alcances que la evolución orgánica pudiera alcanzar.
Podemos pensar que Wells describe el cuerpo de los marcianos en el orden de la misma evolución del cuerpo humano, con el cual lo contrastaba por haber llegado a un mayor grado de evolución principalmente debido al empleo de artefactos que venían a reemplazar al cuerpo. La superioridad de los marcianos sobre los hombres estriba precisamente en que la evolución les ha permitido prescindir del cuerpo mediante el uso de los artefactos técnicos, al grado que han desaparecido las funciones materiales de sus propios cuerpos, conservando exclusivamente las intelectuales. El cuerpo de los marcianos se limita al cerebro que emplea la máquina, con la cual ha desarrollado una especie de simbiosis, al grado de que esta es descrita como parte del organismo de los marcianos, incorporada a su propia individualidad.
Wells parece sugerir que a los hombres les ha sucedido lo mismo, aunque su evolución técnica es mucho más rudimentaria y situada en los comienzos de la evolución “Nosotros, con nuestras bicicletas y patines, nuestras máquinas Lilienthal de planear por el aire, nuestras armas y bastones, así como también con otras cosas, nos hallamos en los comienzos de la evolución, que para los marcianos ya ha completado su círculo” (Wells, 1973, p. 125).
Está descripción fantástica no deja de revelar algo que podemos considerar fundamental de la especie humana. Se trata desde luego de la relación intrínseca entre la individuación humana y los objetos técnicos. Si bien la descripción de los marcianos es de carácter imaginario, contiene observaciones que el mismo Wells asigna a la especie humana, cuando afirma que el cuerpo humano también ha evolucionado de acuerdo a su relación con los útiles, aunque estos se encuentren en un estado primitivo. La descripción de los marcianos se inspira en una concepción antropológica de la evolución del cuerpo humano. De lo anterior, podemos inferir que, en nuestra evolución, puede observarse la extinción de elementos corporales o la adaptación de nuestra corporalidad al uso de nuestras propias creaciones: la desaparición del vello sería un indicio de la apropiación de su función por la vestimenta y el bipedismo no otra cosa que la adaptación morfológica al empleo general de los utensilios; el cuchillo es el sucedáneo de las garras y el fuego de las funciones digestivas.
Lo que pasa desapercibido a Wells, es que al igual que el cuerpo humano los utensilios han terminado por ocupar también en la evolución humana el espacio de funciones psíquicas e intelectuales que él considera intactas. Desde luego qué el estado de la técnica en la etapa histórica en qué Wells escribió su obra, publicada en 1898, no le permitía aún considerar que, con el desarrollo de la informática y de la inteligencia artificial, se aceleraría el desarrollo de las prótesis de nuestras funciones intelectuales.
Todo lo anterior puede ser útil a la hora de considerar la relación entre los individuos humanos y los objetos técnicos. Sobre todo, en lo que concierne a la individuación de unos y otros. Friedrich Engels describe en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre cómo el trabajo, a causa de la fabricación de utensilios y la liberación de la mano para su empleo, está implicado en la evolución del intelecto y de la conciencia humana, que serían por lo tanto fenómenos subsidiarios al elemento técnico. La evolución morfológica de la especie humana obedecía ya en su obra al despliegue del trabajo, cuyo principal componente está implicado por el uso de herramientas u objetos técnicos por rudimentarios que estos fueran (Engels, 1955, pág. 78).
Así entonces, la constitución tanto del organismo humano como de su inteligencia, se halla correlacionada con el empleo de utensilios. Georges Bataille, en Teoría de la religión daba importancia al trabajo no solo en el sentido de la evolución del organismo humano entendido este como corporalidad, sino que además situaba el papel del utensilio en la conformación misma de la subjetividad.
Lo que distingue a la conciencia humana de la interioridad sensible del animal es que en esta surge precisamente un modo de relacionarse con el entorno, en el cual emerge la oposición entre sujeto y objeto que tendría precisamente como origen la creación de utensilios. Asociado en este punto con el pensamiento hegeliano, Bataille establece que para que exista la subjetividad y por lo tanto la conciencia de sí mismo, es necesario que opere la oposición del yo y del no-yo, oposición que sólo encuentra su posibilidad en el empleo de artefactos: el útil es la forma incipiente de no-yo al que se opone la subjetividad.
Esto desde luego implicaba la relación de subordinación del útil al sujeto que lo emplea de acuerdo con unos fines que le asigna. Bataille, aprendiendo la filosofía hegeliana por intermediación de Alexandre Kojève, prestaba también una relevancia prominente a la dialéctica del amo y del esclavo en su interpretación de Hegel. La relación del hombre con el útil está fundada precisamente en la subordinación del objeto al sujeto (Bataille, 1991, p.p 31-32). Lo que también subrayaba Bataille es que el proceso del trabajo implica una escisión al interior de la conciencia humana, en la que se da una subordinación del sujeto frente a sí mismo, al menos durante el tiempo que emplea el agente del trabajo como medio para la consecución de un fin (Bataille, 2016, p.p. 58-59).
Toda la obra de Bataille es una respuesta y una crítica al principio utilitario que no solo se establece entre la relación del hombre con el útil, sino del hombre consigo mismo, lo cual incluye la creación del orden social, para el que es necesaria una organización colectiva a partir de la modulación de la conducta humana por medio de la introducción de prohibiciones que permiten organizar el trabajo y disminuir los efectos perniciosos que los impulsos y los deseos pueden ejercer en él. Trabajo y utilidad están a la base de toda la constitución humana y solo las experiencias vinculadas a lo sagrado, el éxtasis o la soberanía permiten suspenderlos.
La prótesis del espíritu y el asesinato de la realidad
Más allá de la participación en la técnica como elemento integrador de la subjetividad y del intelecto humano, es importante señalar la importancia de la obra de Jean Baudrillard a la hora de considerar la relación de la técnica con la identidad humana, según la cual esta participa de una suerte de apropiación del territorio de lo humano, apropiación que no solo atañe a la corporalidad que es sugerida por Wells, sino precisamente de los elementos constitutivos de la subjetividad.
Según el diagnóstico de Baudrillard, lo que ha acontecido a partir de la segunda mitad del siglo XX, es el asesinato de la realidad, crimen en el que participa el hombre como ejecutante y víctima, sobre todo porque en dicha desaparición, no solo está en juego la realidad como tal, sino el núcleo mismo de la subjetividad humana.
Para ello, Baudrillard hace un diagnóstico de la sociedad contemporánea según la cual, lo que ha ocurrido es la implantación de un nuevo régimen semiológico sustentado en lo que denomina hiperrealidad o simulacro. Este consiste en la emergencia de la virtualidad, que se concibe como un doble de la realidad que la va sustituyendo al ser considerada paulatinamente más real que lo real. Para explicarlo, Baudrillard propone un modelo comparativo de tres regímenes semiológicos que serían el de lo ilusorio, el de la realidad y el de la hiperrealidad (Baudrillard, 2000, p.30). Cada uno depende del modo en que se plantan los signos frente al referente natural. En el primero de ellos, el régimen de lo ilusorio, los símbolos sostienen una relación de continuidad con el referente, de tal modo que los signos son realidades y las realidades son símbolos, suerte de periodo fetichista de los símbolos en el que la interacción de estos opera con una solución de continuidad con el mundo exterior. El segundo, el régimen de la realidad, es en el que los símbolos asumen su separación de la realidad y establecen una relación de duplicación o correspondencia con respecto al mundo, es el régimen en el que el lenguaje se plantea como un código que se corresponde con un referente que de cierta manera duplica o imita. Finalmente, el de la hiperrealidad es el régimen del juego de los signos como realidad autónoma, que prescinde de todo referente a una realidad externa, es el del imperio de los signos emancipados de la necesidad de referir el mundo para trazar leyes de carácter autónomo. Dicho régimen se observa en diversos ámbitos de la existencia humana como la sexualidad, el cuerpo, la política, el arte y sobre todo la técnica. La hiperrealidad es una consecuencia de la codificación de los símbolos que proviene del régimen de la realidad. Es pues la emancipación de los códigos que crean una realidad autónoma, sin necesidad de reproducir una realidad externa.
No sé trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de discusión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, qué ofrece todos los signos de lo real (Baudrillard, 1977, p.7).
Lo que acontece es la desaparición de la relación qué anteriormente se consideraba intrínseca entre los signos y sus referentes, mediante la creación de códigos autónomos sin correlato referencial. Un ejemplo de esta pérdida de referencialidad es la transexualidad, que opera por la reducción de los componentes del género al mero ámbito de los signos. Bajo el régimen de la realidad, los géneros dependían de una constitución biológica a la que se asignaban diferentes códigos en la vestimenta, en el comportamiento o los roles socialmente asignados. En el régimen de la hiperrealidad los signos circulan libremente a elección de los individuos que se los asignan sin que se tenga que referir a una constitución que se pretenda natural: se puede escoger ser hombre o mujer o renunciar al carácter binario de la sexualidad, puesto que se prescinde de una correlación entre el género (ahora considerado mero signo intercambiable) y la naturaleza biológica a la que supuestamente correspondía. La transexualidad es la desaparición de la correspondencia del género con la constitución biológica que anteriormente servía de referente natural, para constituirse en mero signo intercambiable (Baudrillard, 2000, p.64).
Lo mismo podemos observar en el ámbito de la economía, en la medida en la que el referente de la producción cede importancia a los sistemas financieros y bursátiles. El valor de referencia a la materialidad de la economía, cede al mero intercambio de valores. Si en la economía política marxista existía como último referente el valor de uso y la producción, la economía política del signo muestra un énfasis en el mero valor de cambio (Baudrillard, 1979, p.148).
Podemos ilustrar la idea de Baudrillard con un ejemplo si analizamos el uso de los distintos tipos de moneda. Si bien anteriormente el comercio suponía el intercambio de valores, estos tenían siempre una presencia real en la mercancía, que posteriormente fue desplazada por el signo de la moneda cuya historia muestra la pérdida de su valor referencial. La moneda tiene un primer valor que depende del soporte material del metal y del peso, que le confiere aún un valor de uso al tratarse de una materia prima; posteriormente el valor es asignado por el sello que prescinde relativamente de la importancia del material que lo soporta, aunque conserva su valor como mercancía. La unión de sello (un signo a final de cuentas) y un soporte material es el primer momento de la moneda como mercancía, a la que sucede o se añade el uso del dinero representativo, que no posee un valor intrínseco, sino que consiste en la emisión de un documento en papel que refiere su intercambiabilidad por el valor del metal-mercancía que se consigna en el documento. Aquí, a diferencia de la moneda-mercancía metálica, la moneda es ya sólo un signo, pero aún posee un referente extrínseco, el oro guardado en las bóvedas de un banco central.
A la moneda representativa, que conserva aún el referente de la mercancía metálica con la que en teoría se puede intercambiar, sucede la aparición de la moneda fiat, que prescinde de las reservas de la mercancía del metal a las que el dinero representativo aún refería, lo que sería un buen ejemplo de lo que Baudrillard considera la desaparición de los referentes. La moneda fiat se expide por decreto y carece por completo del valor de uso, para tener solo un valor de cambio, su valor depende solo de su intercambiabilidad. La extinción del patrón oro en 1971, sería un momento decisivo en esta “revolución estructural del valor”, pues revelaría la desaparición del valor de uso, que el análisis marxista de la mercancía mantiene. Es un buen ejemplo de la desaparición del régimen de la realidad, pues la relación del valor de cambio con el valor de uso anclaba el sistema de lo simbólico a un principio o referente objetivo qué circulaba fuera del mero ámbito del código. La llegada de lo que denomina la revolución estructural del valor, consiste precisamente en que el valor y los signos ya no se intercambian con elementos ajenos (con referentes) a la circulación del mismo código en el que estos tienen significación. Es decir, ya no hay, o no se piensa que hay, un referente objetivo al cual los signos se adhieren. La desaparición del valor de uso de la moneda hace que esta solamente tenga valor por su circulación e intercambiabilidad dentro del propio sistema monetario.
Basten estos dos ejemplos para aproximarnos a lo que podría denominarse hiperrealidad: el mundo de la libre fluctuación de los signos que prescinden de referentes naturales. En el caso de la técnica, podemos agregar que la llegada de la informática, de la realidad virtual y la inteligencia artificial puede mostrar una inclinación hacia la desaparición de los referentes por la emergencia de las realidades virtuales, de la pantalla, la 3D y la HD. Baudrillard muere en el 2007, justo cuando comienza a extenderse el dominio masivo de las redes sociales, de la telefonía inteligente o la realidad aumentada, que podrían añadirse como ejemplos de la paulatina apropiación de lo real por parte de la virtualidad, que su obra de alguna manera anticipa y hacia cuya comprensión se pueden extender sus postulados. Lo que ha sucedido en la era digital y en la world wide web después de su muerte parecen reafirmar su análisis.
El surgimiento de los reality shows, de la información creada en los sistemas de comunicación masiva y noticias en tiempo real, le hacían reflexionar ya entonces, que lo que ocurre al interior de las pantallas de televisión estaba desplazando paulatinamente el mundo de la realidad. La HD, terminaría siendo más perfecta qué la comunicación análoga que, a diferencia de la comunicación digital, depende no de una codificación en el sistema binario, sino de una reproducción material a través de la huella análoga, sean de las vibraciones sonoras en una superficie cómo el disco de vinil, sea la impresión de la luz en las moléculas de bromuro de plata de las placas fotográficas, para pasar a la codificación en un sistema de bits y de píxeles que tendrían cada vez más a mejorar la calidad, borrando las huellas de las superficies análogas.
Bajo el régimen de la hiperrealidad, hay un desplazamiento de la realidad del referente. De ahí el crimen perfecto, que intenta sondear el asesinato de la realidad, el desplazamiento de los referentes naturales en función del imperio de los signos y los códigos. Pero no solo la realidad es desplazada en aras de un mundo virtual, sino que también las particularidades del sujeto como agente libre lo son. Esto opera principalmente en dos sentidos: por una parte, en la desaparición de la relación de sujeto y objeto, por el desvanecimiento de la alteridad del objeto en cuanto tal. La alteridad desaparece por una especie de viralidad de la comunicación tendiente a difuminar las fronteras que separan y hacen trascendente la relación de sujeto y objeto. Si anteriormente estos dos términos suponían el papel de trascendencia de uno sobre otro, era porque el sujeto era el agente del deseo que se proyectaba sobre el objeto. Ahora desaparece el sujeto como agente del deseo “El propio objeto toma la iniciativa de la reversibilidad, la iniciativa de seducir y de desviar. [...] La reversibilidad es el juego del mundo. El deseo ya no está en el centro del mundo, sino en el destino del objeto” (Baudrillard, 2001, p.p, 67-68).
De ahí que se pueda inferir la rebelión de los objetos que ahora despiertan en diferentes sentidos: se muestran en el ámbito de los géneros, en el ámbito de la antropología, de los animales y desde luego en el ámbito de la técnica. Los signos de dominación agente se invierten, o mejor se dispersan en una especie de promiscuidad de la comunicación. Todo aquello que suponía la alteridad, por contraposición a la identidad de las estructuras simbólicas de dominación, se diluye y se revierte, haciendo que todo lo que era considerado otro u objeto, sea ahora el agente: el niño frente a los padres, el alumno frente al maestro, el indígena frente al antropólogo… el objeto técnico frente a su usuario.
Según Baudrillard, esta desaparición de la relación entre sujeto y objeto nace de la desdichada condición del sujeto, que busca su propia extinción. La virtualidad tiende a expulsar la realidad debido a la desdicha que le es inherente. Freud afirmaba que la pulsión de muerte procedía de un anhelo por retroceder al estado de equilibrio previo al nacimiento. Frente a la desdicha de su interacción con la realidad, los organismos tienden a volver a un estado de inexistencia, por el desequilibrio que produce el dolor ante el mundo es que existe una pulsión de muerte. Para Baudrillard el concepto de realidad, si bien da fuerza a la existencia y a la felicidad, probablemente de todavía mayor fuerza de realidad al mal y a la desdicha (Baudrillard, 2000, p. 57).
Acorde con ello, el sujeto se ve propenso a extinguir su modo particular de existencia asociado con la responsabilidad de la decisión. La libertad, que es para la filosofía moderna el núcleo esencial de la constitución subjetiva y, desde las perspectivas existencialistas, supone una condena, ha orillado al hombre a crear un mundo que le quite de encima el fardo de su participación como agente de decisión. Por ello nos encontramos ante lo que Baudrillard denomina el horizonte de la desaparición, el desplazamiento del peso asignado a la decisión, confiriéndole precisamente a los dispositivos y al software una suerte de poder liberador de la libertad, emancipación de la ardua y angustiosa tarea de elegir: Todas esas máquinas son maravillosas, devuelven al hombre una especie de libertad. Le liberan del peso de su propia voluntad (Baudrillard, 2000, pág. 63).
La desaparición de la condición de sujeto, surge de la responsabilidad vicaria asignada al objeto, sobre todo en el desarrollo de la inteligencia artificial. Acontece así una especie de liberación de la libertad, desapropiación de la voluntad, que es cedida a los dispositivos tecnológicos para quitarse de encima el peso de la realidad.
El despliegue tecnológico significaría que el hombre ha dejado de creer en su existencia propia y se ha decantado por una existencia virtual, un destino por procuración. Todos nuestros artefactos se convierten entonces en el lugar de la inexistencia del sujeto de su deseo de inexistencia, ya que un sujeto sin existencia propia es una hipótesis por lo menos tan vital como la de un sujeto dotado de una responsabilidad metafísica tal (Baudrillard, 2000, p. 60).
La virtualidad y automatización enarbolan la pulsión de muerte: tienen la intención de sumir en un letargo nuestra presencia en la realidad y con ello a la realidad misma en un modo particular de inexistencia.
No sólo la inteligencia artificial, sino toda la elevada tecnología, ilustra el hecho de que, detrás de sus dobles y sus prótesis, sus clones biológicos y sus imágenes virtuales, el ser humano aprovecha para desaparecer. Como el contestador automático: «Estamos fuera. Deje un mensaje…» O el video conectado con el televisor, que se encarga de ver la película en lugar de uno (Baudrillard, 2000, p. 62).
El avance de los algoritmos informáticos que hoy suelen indicarnos la música que deseamos escuchar, qué película queremos ver, qué objetos deseamos comprar, o con quién compartir las fotos que deseamos recordar, camina totalmente en este sentido: nos exime del fardo de la decisión, manifestando nuestro íntimo deseo de ya no ser más.
Simondon y la sociabilidad del objeto técnico
Al pesimismo de Baudrillard podemos oponer la apreciación que Gilbert Simondon tiene respecto a la técnica. Simondon ejerció una importante influencia sobre la obra de Baudrillard, sobre todo en su primer libro El sistema de los objetos, aunque podemos afirmar que trazan rutas distintas respecto al problema de la técnica. Mientras que la de Baudrillard se enfoca en el aspecto semiológico y social de la técnica, Simondon intenta fundar una visión de la cultura que incorpore la comprensión de la técnica misma.
Simondon aborda el problema que hemos venido abordando en Wells y Baudrillard —acerca del sentimiento de desplazamiento que experimenta el hombre frente a la máquina— en la segunda parte de El modo de existencia de los objetos técnicos, sobre todo en el capítulo 2 denominado Función reguladora de la cultura entre el hombre y el mundo de los objetos técnicos. En dicho capítulo describe la aparición de la fobia del hombre frente a los objetos técnicos a partir del siglo XIX, esto es, a partir de una diferencia radical del modo de relacionarse con ellos y cuya principal diferencia estriba en que, antes del siglo XIX, la técnica había logrado un progreso únicamente de los elementos técnicos, mientras que la revolución industrial trajo consigo la aparición de objetos técnicos individualizados. La diferencia entre el elemento y el objeto técnico bien definido estriba en que el elemento técnico es solamente un utensilio que prolonga las facultades del cuerpo humano, es decir, una extensión del individuo, una prótesis, que no tiene individuación propia, mientras que el objeto técnico propiamente dicho adquiere una autonomía relativa, en la medida en que adquiere un grado relativamente alto de individuación:
El siglo XVIII fue un gran momento del desarrollo de herramientas e instrumentos técnicos, si se entiende por herramienta al objeto técnico que permite prolongar y armar el cuerpo para cumplir un gesto, y por instrumento al objeto técnico que permite prolongar y adaptar el cuerpo para obtener una mejor percepción (Simondon, 2008, p.132).
Por su parte, el objeto técnico propiamente dicho es aquel que adquiere una individuación por intermedio de la autorregulación y de la capacidad de autonomía proveniente de la concretización. De este modo la máquina del siglo XIX viene a realizar actividades en conjuntos técnicos que no son una mera extensión del trabajador, sino que logran una autonomía y una autosuficiencia que acarrea precisamente la angustia por el desplazamiento que habrá conducido a movimientos como el ludismo.
Por el contrario, el aspecto de la evolución técnica se modifica cuando nos encontramos en el siglo XIX, con el nacimiento de individuos técnicos completos. En tanto que esos individuos reemplazan sólo los animales, la perturbación no es frustración. La máquina de vapor reemplaza al caballo para remolcar vagones; acciona la máquina de hilar: los gestos se modifican en una cierta medida, pero el hombre no sé ve reemplazado mientras la máquina aporte solo una utilización más amplia de las fuentes de energía (Simondon, 2008, p. 133).
El sentimiento de reemplazo del hombre por el objeto técnico, es solo una expresión de un rechazo más generalizado por parte del hombre al que responde El modo de existencia de los objetos técnicos, que se propone reivindicar el papel de la técnica en el mundo de la cultura, así como dar forma a un humanismo que sepa dimensionar en su justo término la integración de la técnica con la cultura, pues en su opinión, los objetos técnicos sufren una especie de marginación en el mundo humano. El planteamiento es en sí problemático, en la medida en que resulta cuestionable la supuesta marginación que atribuye a los objetos técnicos por parte del hombre. Ya que, aunque es cierto que podemos notar una tendencia acentuada, dentro de las llamadas “disciplinas humanísticas” por manifestar una suerte de tecnofobia, no olvidemos que ellas parecen estar en los tiempos actuales más marginadas que la técnica misma.
El planteamiento de Simondon apunta al replanteamiento de una nueva forma de relación que el hombre debe establecer con los objetos técnicos. Para ello, en primer lugar resalta una suerte de dignidad de los objetos técnicos, a partir de la individuación que manifiesta en el proceso de ontogénesis, a partir del concepto de equilibrio metaestable, que permite observar el grado distinto de individuación que debe observarse como proceso, lo cual lo sitúa en las antípodas de las concepciones ontológicas hilemorfistas (y que también se podrían abordar como sustancialistas, puesto que es la noción de sustancia, la que corresponde a un metafísica del orden de equilibrios estables). Si La individuación sienta las bases ontogenéticas de su análisis, El modo de existencia de los objetos técnicos intenta recuperar la dignidad de los objetos técnicos para el hombre a partir de la individuación que portan.
Así, el problema de la relación inadecuada entre el hombre y los objetos técnicos, el rechazo a los objetos técnicos, es producto de una enajenación consistente en el desconocimiento que el hombre tiene de ellos. Cuando la máquina se ha individuado y produce la sensación de suplantación en el hombre es que se activa un proceso de alienación que no se producía con los meros elementos técnicos o herramientas no individualizadas. Está alienación no se reduce a la que postula Marx a partir de la lucha de clases en función de la propiedad de los medios de producción. Para Simondon, lo mismo el burgués que el obrero se encuentran alienados, pues la alienación descrita por Marx es de carácter económico-social: La relación de propiedad en relación con la máquina implica tanta alienación como la relación de no propiedad, aunque corresponda a un estado social muy diferente (Simondon, 2008, p. 136).
En Simondon la relación que el hombre debe entablar con el objeto técnico está siempre asociada con la superación de una forma de alienación producto del desconocimiento de la funcionalidad del objeto técnico. La posibilidad de establecer una nueva forma de relacionarse con él se ofrece eminentemente por una vía cognitiva, a la que a menudo hace referencia. Por ejemplo, cuando aborda los modos fundamentales de relación del hombre partiendo de los conceptos de relación minoritaria y mayoritaria del hombre con los que objetos técnicos, Simondon reduce la relación del hombre con los objetos técnicos a una única ecuación: la relación de su empleo y el conocimiento de su empleo “El estatuto de minoría es aquel según el cual, el objeto es antes que nada objeto de uso, necesario para la vida [...] El estatuto de mayoría corresponde, por el contrario, a una toma de conciencia y a una operación reflexiva del adulto libre” (Simondon, 2008, p. 105).
Dejando a un lado las notas de tono ilustrado que deja entrever tal descripción, no podemos dejar de mencionar que la principal objeción a Simondon en este aspecto radica en el carácter trivial de la relación que establece entre el hombre y los objetos técnicos, que no toma en consideración deliberadamente el papel de la utilidad y la técnica, sino que la da por supuesta o afirma que debe ser superada. Así, entonces la relación con los objetos depende únicamente del conocimiento que se tenga de su funcionamiento. Para ello hace falta desprenderse de la relación entre objeto técnico y utilidad o trabajo. La tecnicidad es más amplia que la utilidad:
Lo que empuja a considerar el objeto técnico como utilitario es el paradigma del trabajo; el objeto técnico no lleva en sí mismo su carácter utilitario como una definición esencial; es lo que efectúa una operación determinada, lo que realiza cierto funcionamiento según un esquema determinado […] Es el funcionamiento, no el trabajo, lo que caracteriza al objeto técnico (Simondon, 2008, p.262).
Este funcionamiento, que sería lo esencial del objeto técnico y no la utilidad, supone un acto de invención, procedente de una operación mental llevada a cabo por un humano, por lo que su funcionamiento operativo, depende del funcionamiento mental de otro humano. Simondon emplea aquí términos desarrollados en La individuación, concretamente el de la noción de lo transindividual (Simondon, 2010, p.245), que remite al proceso que pone en relación a los individuos entre sí, pero no en tanto individuos discretos, sino a través de una base preindividual proveniente del proceso ontogenético de individualización, términos que desarrolla pormenorizadamente en su obra (Simondon, 2010, p.326).
De este modo, a través de la comprensión del funcionamiento de los objetos técnicos puede establecerse una relación interhumana, pues dicho funcionamiento aparece como mediador entre quien lo comprende y el proceso de invención, que es un proceso mental análogo al de la comprensión. El objeto técnico es ante todo vinculante, comunica a los humanos entre sí:
Por intermedio del objeto técnico se crea entonces una relación interhumana que es el modelo de la transindividualidad […] El objeto que sale de la invención técnica lleva consigo algo del ser que lo ha producido, expresa aquello de un ser que está menos ligado al hic et nunc; se podría decir que hay naturaleza humana en el ser técnico (Simondon, 2008, p. 263).
Un aspecto de sumo interés en El modo de existencia de los objetos técnicos, (desprendido de La individuación) y que tenga quizás un mayor alcance que el objeto que ahí se propone, es el reconocimiento de lo colectivo transindividual como una vía más adecuada para reducir la alienación social que la mera superación de la alienación económica y es más adecuada porque ubican la fuente de alienación (la plusvalía) fuera del trabajo, cuando el trabajo mismo pudiera considerarse la fuente de la alienación, de la que el análisis de Simondon ha excluido su perspectiva del objeto técnico.
Lo que Simondon se ha propuesto, con argumentos a menudo un tanto forzados, es mostrar el lado humano de la técnica, a fin de superar el rechazo que el hombre pueda sentir hacia ella, particularmente a las máquinas, constituidas como individuos, que poseen en su misma individuación una impronta de la invención humana y que se constituyen en un factor vinculante de la transindividualidad. Con ello quiere mostrar la necesidad de integrar cultura y técnica, de las cuales ha operado una marginación de la última por parte de la primera.
La disyunción entre la cultura y la técnica tiene su condición de que existencia en la disyunción que existe en el interior del mundo mismo de la técnica [...] Así, la primera condición de la incorporación de los objetos técnicos a la cultura sería que el hombre no fuera inferior ni superior a los objetos técnicos; que pueda abordarlos y aprender a conocerlos manteniendo con ellos una relación de igualdad, de reciprocidad de intercambios, de cierta manera, una relación social (Simondon, 2008, p.p.107-108).
La obra de Simondon pareciera contener una respuesta dada de antemano a la perspectiva de Baudrillard con respecto al desplazamiento de los sujetos por parte de los objetos técnicos.
Resulta relevante, por ejemplo, la distinción que hace Simondon entre elementos técnicos y objetos técnicos individualizados, pues sugiere un matiz que no aparece en Baudrillard, que ve en los objetos técnicos una prótesis que desplaza al individuo, mientras que Simondon afirma que en el objeto técnico justamente desaparece la cualidad de prótesis que poseía el elemento técnico, puesto que adquiere una individualidad autónoma frente al humano: el objeto técnico propiamente dicho, no es una prótesis de un individuo, sino un individuo completo. Pero precisamente la conformación de individuos técnicos supuso la incorporación de una mayor sensación de amenaza por parte de los individuos humanos, por lo que habría que pensar en la posibilidad de interpretar en primer lugar, hasta qué grado la individuación de los objetos técnicos no puede leerse también como un desplazamiento más completo, como una prótesis integral del ser humano.
La superación de la alienación en Simondon por otra parte, es cognitiva, supone el proceso de comprensión del funcionamiento para elevarse a la transmisión intersubjetiva y transindividual de la invención del objeto. A esto podemos dirigirle dos objeciones: en primer lugar, no veo cómo a un trabajador, de pie en una banda industrial durante ocho horas para realizar una tarea monótona pueda emanciparse de una condición tal con la sola comprensión del funcionamiento de la banda con la que coadyuva para la realización de una tarea productiva.
Simondon abstrae todo aspecto utilitario, mostrando que este encubre lo “esencial” de la técnica que es el funcionamiento y la invención. Sin embargo, con esto obvia precisamente la relación entre técnica y utilidad: no basta con destacar el error de la comprensión de la tecnicidad en análisis que lo reducen a la utilidad, para reducirla ahora a su funcionamiento. No basta señalar la unilateralidad de un análisis, para permitirse caer en la unilateralidad que solo ve la cara opuesta del objeto o tema estudiado. La relación entre técnica y utilidad es quizá más profunda de lo que Simondon postula.
La segunda es que pareciera haber cierto utopismo en la propuesta de integración entre cultura y técnica. No veo cómo, siquiera en la técnica de su época (que ciertamente tenía ya muchos avances), pudiera creerse que los hombres con una educación promedio o incluso avanzada llegarán a alcanzar el grado de comprensión matemática, física, química necesaria para comprender el funcionamiento técnico que su planteamiento demanda. A menos que se estuviera refiriendo a la comprensión por parte de humanistas, a quienes acusa de ser los que rechazan al inicio de su obra, pero entonces, ¿la emancipación estaría dada sólo en la valoración erudita de académicos y especialistas? No parece muy claro quiénes deben ser los generadores de esta nueva relación propuesta por Simondon.
Además, la integración entre cultura y técnica, a fin de que esta sea integrada por aquella, no da por sentado un valor ya previamente dado a la “cultura”. Esto no deja de ostentar un carácter “humanista” del pensamiento de Simondon, lo cual no se pondrá por el momento en tela de juicio. Pero sí es relevante señalar que existen críticas al pensamiento técnico que no se basan en esta exclusión (Heidegger, Bataille, Baudrillard mismo), es decir, que no parten del problema de un rechazo a la técnica desde un humanismo, sino que probablemente las integran, pero elaborando una crítica al humanismo mismo y con ello dirigido también hacia la técnica. Desde perspectivas como estas, Simondon estaría atendiendo a un problema subsidiario, refutando a un hombre de paja. Para defender la integración de la técnica con la cultura habría que añadir una defensa de la cultura y del hombre mismos.
Finalmente, habría que observar si la obra de Simondon no se integra en el proceso de transparencia descrito por Baudrillard. Como veíamos más atrás, esta consiste en la desaparición o acaso inversión de las relaciones de dominación entre sujeto y objeto, la desaparición de las diferencias en todos los campos y con ello de la diferencia misma, lo que atrae consigo una nueva forma de homogeneidad, de anulación de la alteridad de la que serían síntomas la viralidad (de la información de las pandemias), la metástasis, o el cuerpo sin órganos elevado a sistema de lo humano.
Aunque probablemente las diferencias subsisten. El problema no está en la relación de dominación entre el hombre y el objeto técnico. Cuando Simondon establece que para pensar el objeto técnico hay que pensarlo más allá de la relación entre sujeto y objeto (dominador-dominado), estableciendo una relación horizontal entre el hombre y el objeto técnico, está suponiendo que ya la relación que los hombres guardan entre sí ha superado o está exenta de esa misma relación de dominación.
En cualquier caso, pareciera que la obra de Simondon fuera la expresión más fehaciente de intentar borrar la alteridad del objeto técnico, siendo un exponente de la anulación de la alteridad descrita por la difuminación de la oposición entre sujeto y objeto. La obra de Simondon sería entonces un claro ejemplo del asesinato de la realidad, de la desaparición del polo subjetivo de la existencia.
Pero en todo caso habría una pregunta más radical, y es si la técnica y la hiperrealidad manifiestan la pulsión de muerte acuñada en el hombre: ¿qué tendría de malo que paulatinamente los objetos técnicos ocuparan su existencia? Suena aterrador, pero no tanto si consideramos las últimas palabras de Cioran en el ensayo Después de la historia “Es legítimo preguntarse si a la humanidad, en el estado en que se encuentra, no le interesaría más explicarse ahora que extenuarse y apoltronarse en la espera, exponiéndose a una era de agonía en la que correría el riesgo de perder toda ambición, incluso la de desaparecer” (Cioran, 1989, p. 54).
Quizás también sea válido reconocer, que el hombre está resultando ya un tanto anticuado.
Contribución de autoría
Nelson Guzmán fue el único autor.
Fuente de financiamiento:
Autofinanciado
Potenciales conflictos de interés:
Ninguno
Referencias
Cioran, E. M. (1989). Desgarradura. Montecinos.
Bataille, G. (1991). Teoría de la religión. Taurus.
Bataille, G. (2016). Hegel, el hombre y la historia. En G. Bataille, Georges Bataille. Escritos sobre Hegel (págs. 49-72). Arena Libros.
Baudrillard, J. (1977). Cultura y simulacro. Kairós.
Baudrillard, J. (1979). Crítica de la economía política del signo. Siglo XXI.
Baudrillard, J. (2000). El crimen perfecto. Anagrama.
Baudrillard, J. (2001). El otro por sí mismo. Anagrama.
Engels, F. (1955). El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En K. Marx, & F. Engels, Obras escogidas (Vol. II). Progreso.
Simondon, G. (2008). El modo de existencia de los objetos técnicos. Cactus.
Simondon, G. (2010). La individuación. Cactus.
Wells, H. G. (1973). La guerra de los mundos. Edaf.